– Tú has sido el responsable de la muerte de mi hija. Tú has matado a Nikita… Ha sido culpa tuya, de no haber sido por tí y por tus ideas de dejarla que… – La mujer se echó a llorar, desesperada. Llevaba cuatro días llorrando ininterrumpidamente, desde que encontraron el cadáver de la chica en la bañera. La mujer, Sara, tenía los ojos hinchados, del color de canicas ensangrentadas. |
Valoración:
Nacho Arán no es Hércules Poirot. Y no lo es por propia convicción de su creadora.
Algunas críticas ha señalado a «Muerte entre poetas» como una obra que recoge el espíritu de las grandes ficciones de Agatha Christie, pero para mí no es así. No por incapacidad, cuidado, que nadie me malinterprete, sino porque, desde mi punto de vista, no fue concebida así.
Ángela Vallvey, en ésta su última novela, toma prestado de la dama del misterio inglesa su típica puesta en escena: un lugar, en éste caso una finca a las afueras de Toledo (El Cigarral de la Cava), una reunión de personas en dicho lugar (en éste caso, poetas) y un asesinato. El resto es cosecha de Vallvey, que, por cierto, y bajo mi punto de vista, aprueba con nota.
La trama es la siguiente. Nacho Arán, meteorólogo de profesión pero poeta vocacional, con un par de libros autoeditados, recibe una invitación a participar en una reunión de poetas en una finca de Toledo, con el único tema en común de realizar una ponencia sobre la vida y obra del difunto marido de la anfitriona y organizadora, Doña Agustina, a la sazón también poeta. Por motivos laborales, Nacho no puede asistir a las dos primeras jornadas. La casualidad quiere que el día antes de incorporase a la reunión uno de los invitados, Fabio Arjona, sea asesinado. Nacho, detective aficionado (incluso tiene una web llamada «El Club Baskerville» a través de la cual resuelve misterios con la ayuda de los internautas y de un muchacho en su adolescencia en su punto más álgido) se irá convirtiendo poco a poco en el confidente de la mayoría de los allí presentes, descubriendo que la mayoría de ellos tenían cuentas pendientes con el finado, algunos bastante graves, tanto como para matar.
Vallvey ha hecho un buen trabajo con los personajes, algunos de ellos bastante buenos. El protagonista, Ignacio o Nacho, es un hombre a medio hacer, es decir, con bastantes pocas experiencias vitales en su haber. Meteorólogo de profesión, la poesía es su verdadera debilidad, a la que se abandona con frenesí en menos ocasiones de las que le gustaría, pero en más de las que su sentido común le dicta. Un soñador entrado en la treintena que ve cumplido parte de sus sueños cuando es invitado a esa reunión de poetas, muchos de ellos admirados por él.
Sin embargo, es un hombre de una intuición sagaz, sin duda alentada desde pequeño por su tía Pau, con la que comparte muchas de sus aficiones, incluida la de desarrollar «El Club Baskerville». La tía Pau será, a lo largo de la novela, su conexión con el mundo exterior, al igual que lo será Rodrigo, su adolescente y tecnólogo ayudante (como no podía ser de otro modo, la juventud y el ordenador cabalgan juntas en el mundo en el que vivimos) .
Encontramos a su vez secundarios de lujo, siempre rogando que nos perdonen Rodrigo y la tía Pau. Yo resaltaría tres de ellos. Fernando Sierra, poeta autoexiliado, que se convertirá en el compañero de fatigas del protagonista, muy a su pesar; Doña Agustina, anfitriona del encuentro, que aporta a la narración ese aire de continua y misteriosa inquietud que la novela necesita; y Rocío Conrado, la más jóven de las invitadas, con una arrogancia y fortaleza que sólo puede imprimir su edad, pero que esconde una fragilidad que bien podría acabar con ella.
Hay que agradecer a la autora el que haya dotado a «Muerte entre poetas» de tiempos justos. En general la novela es rápida, ágil, lo que facilita su lectura, y en los momentos de soledad reflexiva del protagonista es cuando ralentiza un poco más la acción, lo que es lógico, por otra parte, ahondando en recuerdos y quizás exagerando un poco las descripciones de algunos momentos. Pero en ningún caso sobran.
Quizás donde me ha desilusionado un poco, utilizando «desilusionar» en su interpretación más leve, sea en resolución del misterio. El motivo nos lo imaginamos casi desde el principio, por más que se esfuerce en argumentar que todos los «actores» del misterio tenían cuentas pendientes con el asesinado. Lo que no sabemos es quién lo ha cometido, cosa que podemos imaginar hacia la mitad del libro, y que sólo el deseo del lector de descubrir nuevas pistas y de dar un giro sorprendente al caso mantiene la ilusión al 100%. En su descargo diré que plantea dudas, y que esas dudas son muy razonables hasta el último capítulo.
Como punto final, sólo comentar que es un buen libro, quizás no una obra maestra, pero sí una novela que deja un buen sabor de boca al acabarla. Espero que os haya gustado, si la habeis leido. Si no es así, ya se sabe que para gustos están los colores.