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Los hombres que no amaban a las mujeres

Los hombres que no amaban a las mujeres

 

 

 

 
Se había convertido en un acontecimiento anual. Hoy el destinatario de la flor cumplía ochenta y dos años. Al llegar el paquete, lo abrió y le quitó el papel de regalo. Acto seguido, cogió el teléfono y marcó el número de un ex comisario de la policía criminal que, tras jubilarse, se había ido a vivir a orillas del lago Siljan. Los dos hombres no sólo tenían la misma edad, sino que habían nacido el mismo día, lo cual, teniendo en cuenta las circunstancias, sólo podía considerarse una ironía. El comisario, que sabía que la llamada se produciría tras el reparto del correo, hacia las once de la mañana, esperaba tomándose un café. Ese año el teléfono sonó a las diez y media. Lo cogió y dijo «hola» sin más.

Valoración: 4.gif

Interesante. Muy interesante. A pesar de las últimas declaraciones de Donna Leon.

«Los hombres que no amaban a las mujeres» está agraciada con todos los ingredientes paa cocinar un buen best-seller, como así ha sido.

Es de suponer que a nadie le es ajena, a éstas alturas del partido, la trama de la novela. Mikael Blomkvist, redactor jefe de la revita «Millenium» acaba de ser cnçondenado a pasar una temporada corta en la cárcel porque en uno de sus reportajes realizó falsas acusaciones de corrupción, estafa, malversación y algunos delitos dehonrosos más, a uno de los magnates más poderosos e influyentes de Suecia: Hans-Erik Wennerström.

En esa tesitura, con su credibilidad por los suelos y la revista a punto de irse a pique, Blomkvist quiere desaparecer, pero recibe un encargo sorprendente: investigar la desaparición de Harriet Vanger, acaecida hace casi cuarenta años y nieta de otro de los grandes magnates suecos, ya venido a menos, Henrik Vanger, pero cuyo holding aún mentenía un peso epecífico en la economía del país. El asunto se maquilla de la mejor manera posible: un trabajo biográfico sobre la familia Vanger.

Como no puede ser de otra forma, en el trasncurso de la investigación, Blomkvist conocerá a Lisbeth Salander, una joven y extraña investigaadora que le servirá de mucha ayuda, en todos los aspectos.

La historia flojea poco. Lo justo. Sólo hay un par de detalles de esos que te hacen pensar un poco, de los que chirrían cuando no encuentras nada que suene como una máquina desengrasada.  Me estoy refiriendo a la «providencial» visita de su hija, y a la «innata» capacidad de percepción del protagonista cuando observa una fotografía tomada 40 años atrás. De cualquier modo, incluso ahí, el malogrado escritor sueco salva las dificultades con la típica creatividad de la casualidad y el oportunismo del momento.

Blomkvist aparenta una seguridad en sí mismo que en su fuero interno para nada tiene. Seguramente, su seguridad se asienta en su éxito profesional y en otro más de andar por casa: el sexual. Es ese dilema interno, o esa «ambieguedad» existencial, lo que le confiere el estatus de ser humano, cercano y real. Salander, por el contrario, e una persona extrema, capaz de lo mejor y de lo peor,  una personalidad que algunos psiquiatras sin duda calificarían de «border line» (término socializado gracias a James Mangold y a su «Inocencia Interrumpida»). Salander, por lo tanto, roza la irrealidad pero en ello radica el interés por el personaje y su expolación exhaustiva, superlativa en la novela. Quizás una sociedad que está carente de modelos, de héroes,  siempre anda a la caza y captura de uno, aunque no esté del todo en sus cabales.

Larsson es directo. No es demasiado amigo de dar rodeos a una idea si no es necesario en absoluto. En apariencia, tampoco gusta de ser demasiado descriptivo. Describe lo justo. Matiza lo justo. Las cosas pasan y ya está. El escritor convertido en el máximo exponente de esa cultura funcional sueca en la que nos ha inmerso de lleno la omnipresente empresa Ikea. Supongo que fué ese espíritu funcional a buscar us personajes en el mundo que conocía, donde las palabras cuentan hechos y cada palabra cuesta dinero: el periodismo, y sobre todo el de investigación.

Y tampoco es reflexivo en demasía. No hace un ensayo sobre la sociedad actual, ni sobre el cómo o el porqué de ésto y de aquello, ni busca que el lector haga esa reflexión. De nuevo, las cosas pasan y ya está.  Porque las cosas son así. Buca entretener de una forma simple y llana. En nuestro día a día, leyendo cualquier diario o periódico, cualquiera de nosotros encontramos los suficientes argumentos para hacer novela, y sobre todo negra. ¿No se iba a sentir tentado?.

Los ingredientes lo tenía delante de sus ojos. Sólo tomó una pizca de práxis, unas gotas de ambición y lo sazonó todo a fuego lento, bien condimentado con un poco de imaginación. «Las soluciones, creativas», como solía decir un maestro mío, más veces de las que me hubiera gustado oir.

Larsson lo hizo. Y lo que cocinó se llama best-seller. ¿Para qué más?