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El blog del inquisidor

El blog del inquisidor

 

 

 

 

 

 
Offline. Cada mañana, desde que despierto, mi vida no es más que el camino pedregoso que me conduce hasta esta palabra. Me levanto, me aseo, me visto, desayuno, a veces incluso compro el periódico o hago algún recado, pero esta prórroga de los preámbulos sólo sirve par agravar el dolor. Haga lo que haga para retrasarlo, acaba llegando el instante en que desde la pantalla me miran esas siete letras cargadas de negación y ausencia:
O-F-F-L-I-N-E. 

Valoración: 3.gif

Curiosa. Atípica. Incluso atrevida.

Aunque no es de las mejores novelas que he leído del autor, no se puede decir que me haya dejado indiferente. Ese voyeur ocasional que todos llevamos dentro, que nos hace leer la crónica rosa, que nos motiva a ver programas del corazón que más tarde negaremos ante un encuestador, juez o San Pedro si hace falta, es en definitiva el animal que me ha provocado llegar hasta el final de la historia. Y si además, mezcla el osbcuro pasado inquisitorial, miel sobre hojuelas.

Atrayente es el hecho de que Lorenzo Silva no reclame la autoría de la novela, o mejor dicho del texto. El primer capítulo, por decirlo así, es una nota aclaratoria del autor explicando que el texto estuvo colgado de una bitácora en Internet durante algunas semanas en octubre de 2007. Luego desapareció. Él se dedicó a darle forma y editarlo, exponiéndose a que su autora real pueda reclamar los derechos que se generen de la edición. Un poco de morbo para empezar no está nada mal…

La trama circula entre dos personajes, una mujer y un hombre, que se encuentran casualmente por Intenet. El motivo de su encuentro es el descubrimiento, por parte de la mujer, de un blog titulado «El Blog del Inquisidor», que da título a la novela y que relata, a modo de diario, los sucesos ocurridos durante el proceso del Santo Oficio contra las monjas del Convento de la Encarnación de Madrid, sobre 1620. Y lo hace en primera persona, en la figura del inquisidor Diego Serrano.

La forma de relatar el proceso será lo que lleve a la protagonista a interesarse e intentar contactar con la persona que lo ha escrito. Cuando lo consigue, el encuentro, esta vez cibernético, cambiará su vida.

Los personajes se van descubriendo a sí mismos poco a poco. Mientras que la protagonista de la historia, una británica (creo recordar que escocesa), afincada en una de las Islas con las que cuenta nuestro país, y dueña de lo que parece una pequeña librería (en la que con toda seguridad venderán también prensa y quién sabe qué mas) va perfilando su personalidad en cada uno de sus encuentros a través del chat, su interlocutor, español, goza al encubrir su personalidad tras los personajes del texto que ha escrito, provocando en la mujer la necesidad de seguir el juego y descubrir quién se encuentra detrás del teclado y, sobre todo, porqué ha elegido aquella manera tan poco ortodoxa cómo medio para transmitir algo que no sabe muy bien lo que es, pero que con el paso de los días descubrirá que es su propia experiencia vital.

Lo interesante de la novela es que Silva coloca a dos internautas expertos, cada uno curtido en innumerables combates personales a lo largo de la vida, frente a frente y nos obliga a realizar una introspección sobre nosotros mismos y sobre las posibilidades que las nuevas tecnologías nos ofrecen para vencer nuestros temores, lanzar nuestro alegato al mundo, justificarnos o, mucho más simple, exteriorizar nuestros sentimientos. Y lo asombroso es que puede, o mejor dicho, seguro que hay alguien al «otro lado de la línea» escuchando, o en éste caso leyendo, sin nosotros saberlo. Y que ese «alguien» puede interactuar, y llegar a ser decisivo en nuestras vidas.

Es cierto. Cualquier blog aspira a ser leído y comentado por quien acceda a él. Éste mismo, sin llegar más lejos…

Fiel a su estilo, «El Blog del Inquisidor» es de lectura rápida. No sé hasta que punto ha respetado todos los puntos y comas del texto original, pero no creo equivocarme al decir que ha adaptado los diálogos a su personal estilo. Son cerca de 250 páginas que vuelan entre nuestros dedos.

Diego Serrano, Fray Francisco García Calderón, Teresa Valle de la Cerda, la británica, el español, y un auto acaecido hace cuatrocientos años en un convento de Madrid. La mezcla tenía buena pinta y no defrauda a quienes se atrevan con ella. Eso sí, siempre que no se busque a Bevilacqua y a Chamorro entre los textos. No están. Y con todo el respeto del mundo, ni falta que hace.